En un mundo ficticio, dos islas continentales, separadas por vastos océanos, se encontraron gracias a la danza caprichosa del manto terrestre. Aunque unidas desde el núcleo, nunca habían visto la luz del uno al otro. Sin embargo, un día, una casualidad del manto las acercó, y así comenzó su historia de amor.
Había una vez un mundo en cuyo interior se albergaba un núcleo sólido rodeado de un capa líquida, y sobre ésta, un manto plástico que poquito a poquito se iba endureciendo hasta llegar a una corteza oceánica, donde ondulaban dos hermosas islas continentales.
Aunque ambas islas estaban enlazadas desde el núcleo, nunca se habían visto.
Un día, el manto caprichoso decidió oscilar libremente, y flotando sobre la zona liquida del núcleo provocó una bella casualidad. Ambas islas se encontraron.
Se quedaron mirando, embelesadas como si no hubiera horizonte.
Al principio con curiosidad y también con cierto miedo. No estaban seguras, quizás lo que percibían eran un reflejo de sí mismas en el agua de la corteza oceánica...
El tiempo las fue acercando, comenzaron a distinguir que eran bien distintas. Una lucía magníficas cordilleras, con riscos escarpados, colores ocre y alguna que otra laguna diseminada. La otra mostraba valles muy verdes con grandes ríos y majestuosas cascadas...
Se admiraron desde el inicio y empezaron a comunicarse con ondas Rayleigh. Hablaban de la fauna, de la flora, del tiempo... del relieve de sus cicatrices... nunca se cansaban, eran temas tan dispares como interesantes, aprendían la una de la otra y crecía su atracción.
Poco a poco sin que apenas se dieran cuenta, las ondas Rayleigh se convirtieron en ondas Love. Y en poco tiempo ya estaban compartiendo pequeñas ondas L, provocando pequeños roces bajo su corteza que resquebrajaban sus capas superficiales.
El amor siguió su curso y una noche sucedió el milagro. El manto sintió las cosquillas del roce de las islas, y su risa lanzó ondas P y ondas S sin control alguno. Alguna de las ondas P llegaron al núcleo, que contagiándose de alegría estalló en una carcajada tan grande que liberó parte de su envoltura líquida.
Y así, nació un bebé volcán en el medio de ambas islas. La calidez de los abrazos había dado su fruto. Las islas achucharon a su nuevo retoño que reía sin parar preso del regocijo de tener unos padres tan amorosos.
Con esta breve historia me gustaría dar pie a pensar en esas raíces tan profundas que nos unen como pareja. El núcleo es el amor, el manto la confianza y la corteza, nuestro hogar. Entre el manto y la corteza existe una zona llamada Moho, de materia semisólida, en él se sedentarizan los aprendizajes y memorias acumulados individualmente y las experiencias que compartimos.
La comunicación es la base de que la relación funcione. Las ondas Rayleight son las conversaciones superficiales que nos unen a la realidad y las ondas Love las conversaciones superficiales que nos unen a los sueños. Las ondas L es nuestra sexualidad. Pero hemos de tener cuidado con las ondas P, conversaciones directas que pueden llegar al núcleo atravesando el manto; y las ondas S, conversaciones circundantes, que aunque no lleguen al núcleo, pueden hacer mucho daño al manto. El tiempo nos dio la oportunidad de juntarnos; la paciencia y la constancia nos dieron el regalo de un hermoso volcán. Agradezcamos la suerte que tenemos de tener un núcleo y un manto tan equilibrados que nos posibiliten estar juntos y hacer crecer nuestro mundo. Reconozcámoslos como se merecen, con cuidado y respeto. Con isostasia tectónica.