Capítulo 5 • Metamorfosis
🐶 Cerbero • 19/11/2002

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La consciencia se filtra lentamente a través de la bruma que nublaba mi mente. Mis párpados, pesados como plomo, se alzan con esfuerzo, revelando la penumbra de la habitación. Un escalofrío recorre cada una de mis vértebras mientras mi respiración, entrecortada, lucha por encontrar un ritmo sereno. Las sombras de la noche se desvanecen, disipadas por la luz incipiente del alba. ¿Dónde estoy? La pregunta resuena en mi mente y el silencio opresivo que me rodea no ofrece respuesta.

El caos que envolvía mi mente comienza a disolverse, como la niebla ante el sol naciente. Mis pensamientos, como náufragos en un mar de confusión, empiezan a encontrar tierra firme en la costa de la razón. ¿Qué ha sucedido aquí? Las imágenes de una pesadilla se deslizan en los recovecos de mi memoria, fragmentos distorsionados de un sueño que ahora se desvanece como humo entre mis dedos. Con tembloroso suspiro abro los ojos, sintiendo cómo la realidad se cuela entre las grietas de mi conciencia. Estoy aquí, en esta habitación de sombras, rodeado por el eco de mis propias lamentaciones. La pesadilla de la infidelidad se desvanece, y ante mí, tendida, la cruda verdad.

En el centro de la habitación yace tu cuerpo inerte, una silueta en reposo que destila la crudeza de mi propia locura. La sangre, como un río oscuro, se escurre entre mis dedos, mientras tus ojos, aún incrédulos, me observan con desconcierto. He perpetrado un acto de locura sin precedentes. ¿Cómo he llegado a este extremo? Todo era tan solo un efecto de los alucinógenos, un sueño, una pesadilla, una maldita quimera. ¿Qué demonios he hecho? ¡Soy un asesino! Necesito recuperarte, mi amor, lo siento, lo siento, lo siento... He segado tu vida.  ¿Cómo he llegado a este extremo? 

La unidad indivisible se ha desvanecido. Te abrazo con todas mis fuerzas, te sacudo, te imploro que despiertes, pero ya no estás. Te has ido, maldita sea. La locura se ha apoderado de mí. Las drogas han oscurecido mi juicio, perdóname, perdóname, perdóname... He perdido el control. Lo siento, lo siento, lo siento. Tú eres mi vida, mi universo, mi amor... ¡No te vayas, por favor! Todo ha sido un terrible error.

Pero me he dado cuenta demasiado tarde. Debo hacer algo, cualquier cosa, para traerte de vuelta. No puedo soportar la idea de perderte. ¡¿Qué he hecho?!

En medio de la habitación, el estridente rugido de "Dragula" de Rob Zombie inunda el espacio, su ritmo acelerado coincide con el caos de mi mente y mis acciones. Revuelvo frenéticamente la casa en busca de los libros de alquimia y brujería, mis manos temblorosas aferrándose a la fría   mis manos temblorosas aferrándose a la fría certeza de mi propia monstruosidad. Necesito encontrar una forma de deshacer este nudo retorcido de muerte y locura que he tejido con mis propias manos. Dibujo un pentagrama en el suelo, símbolo de un pacto desesperado con fuerzas que apenas comprendo. Invoco a los espíritus, evoco a las ánimas, me corto con el maldito abrecartas y ofrezco mi sangre como tributo para reclamar lo que te he arrebatado. Mis llagas sangran sobre tu cuerpo, mis lágrimas mezclándose con el rojo oscuro de la penitencia, en un intento desesperado por resucitar lo que he condenado. Pero la oscuridad persiste, y tú permaneces inmóvil, ajena a mis súplicas. ¡Despierta! ¡Vuelve a mí! Grito en el silencio de mi propia desesperación, pero mi voz se pierde en el abismo que he creado. 

Las horas se desvanecen en un torbellino de desesperación. Mi cuerpo comienza a sentir los estragos de la pérdida de sangre, la debilidad se aferra a mis huesos. Pero lo que me consume no es el dolor físico, sino la certeza abrumadora de mi propia culpabilidad. Mientras tú permaneces inerte, ajena a mis desesperados intentos por devolverte a la vida, me sumerjo en la lectura de antiguos grimorios y manuscritos, explorando cada rincón de la magia ancestral en busca de una solución, cada palabra grabándose en mi mente como una sentencia de condena. Vudú, magia blanca, magia negra... Pruebo todos los caminos sin éxito alguno, cada conjuro cayendo como una losa sobre mi alma atormentada. ¡Maldita sea! ¡Maldita sea mi arrogancia! Grito hacia el vacío, pero el eco de mi propia condena es la única respuesta que recibo. Te veo descomponerte lentamente, y el peso de mi culpa amenaza me aplasta sin piedad alguna.

Con el pasar de los días, mi propia forma comienza a transformarse. Una textura etérea, entre petróleo y ceniza, envuelve mi ser. Mis ojos se abren a una nueva percepción, a un mundo de sombras y promesas rotas, mientras tú, mi amada, comienzas a exudar jugos e hilos de luz azul, apenas perceptibles. Me enfrento al espejo, y lo que veo me horroriza. Un ser irreconocible, una sombra negra con dedos alargados y una capa desgarrada. Mi rostro se ha deformado en un reflejo de mi propia vileza, un cráneo alargado y curvado serpenteante en cada rasgo retorcido hacia un sombrero de pico. La respiración se vuelve difícil, la debilidad me consume, pero ya no siento el dolor como una carga, sino como un recordatorio de mi propia humanidad perdida. Sé que ya no hay marcha atrás. El infierno me reclama, y no puedo escapar de mi propio destino. He cometido el acto más atroz, acabando con la vida de quien amo.

Me recuesto a tu lado y te cubro con mi nueva forma sombría, mientras el tocadiscos nos envuelve en "Roots Bloody Roots" de Sepultura. Repito una y otra vez que te amo, que me perdones, mientras me preparo para enfrentar mi destino junto a ti. Es entonces cuando los hilos de luz azul comienzan a danzar a nuestro alrededor, creando apéndices que se aferran a mi sombra. Rememoran los tentáculos rojos de aquella onírica súcubo que obnubiló mi cerebro y resquebrajó mi alma. Esta vez, los lazos son negros... y es mi propia sombra la que te absorbe. Lo siento tanto, mi vida. Todo fue solo un sueño, ¡solo fue un sueño, maldita sea! ¡Quédate conmigo! Imploro en un susurro desesperado, pero sé que ya es demasiado tarde para redimirme. Estoy contigo, siempre estaré contigo. Seremos uno para siempre... Observo cómo tu cadáver desaparece aspirado por mi silueta penumbrosa mientras exhalo mi último suspiro, aceptando mi destino con una mezcla de terror y resignación.


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