Capítulo 4 • Vesania
🐶 Cerbero • 19/11/2002

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Las primeras notas de "Du Hast" retumban en la habitación, y justo cuando la percusión irrumpe con fuerza, abro los ojos sobresaltado, sudores fríos recorren mi columna. Me incorporo con un impulso frenético, como si intentara escapar de las sombras rojizas que me acechan en la penumbra de la habitación. ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha sido eso? Estoy aquí, a tu lado, pero mi conciencia sigue perdida en un laberinto de perturbadoras reminiscencias.  

Recuerdo a la mujer, cómo su presencia me envolvía en un abrazo infernal, cómo su mirada penetrante perforaba mi alma. Aún tengo su olor y sabor impregnados en cada fibra de mi ser, como una maldición que se niega a desaparecer. Qué fascinación, qué mareo, por Dios, ¡qué ha ocurrido! 

Te observo, descansando plácidamente, ajena a mi turbación. ¿Cómo he podido permitir que esto suceda? Eres mi ancla en este mar de locura, mi faro en la oscuridad, ¿quién era esa mujer que irrumpió entre nosotros? ¡¿Qué he hecho?!

Preso del pánico, me levanto. La habitación gira a mi alrededor. Maldita droga, ¿qué demonios tenía ese caldo? Joder, ¿cómo he podido hacerlo? Te quiero, no puedo haberte hecho esto, te amo, eres mi alma gemela, la mayor felicidad, mi mundo. ¡Qué… he… hecho! Te lo tengo que decir…. Nunca hemos tenido secretos. No lo entenderás. Sufrirás. Creerás que nuestro mundo se ha resquebrajado. Verás que ya no soy el mismo, que hay otra persona. Soy culpable. ¡Qué he hecho! Se abrirá una brecha insondable entre los dos. Te escaparás de mi lado. Sin ti no soy nada. No puedo permitir que sufras. Te amo. Lo siento, lo siento, lo siento. No quiero que te vayas, no quiero que sufras. No quiero hacerte daño. ¡¡¡No quiero que sufras!!!

Mis manos, convulsionando por el tormento de la culpa, se aferran al abrecartas con una determinación insana. Mis ojos, destellando una mezcla de desesperación y locura, se desvían hacia cualquier punto que no sean tus pacíficos rasgos mientras aún reposas tranquilamente en el letargo del sueño. El nudo en mi pecho se aprieta con cada latido desbocado de mi corazón.

El miedo se convierte en una bestia que devora cualquier atisbo de racionalidad. La idea de que descubras mi traición, de que sufras por mi desliz, me consume como un fuego voraz. No puedo soportar la idea de ser el causante de tu dolor, de ver tu rostro destrozado por mi deslealtad.

Un frenesí de confusión y desesperación se apodera de mí, impulsándome hacia ti con una fuerza sobrenatural. El abrecartas, ahora convertido en un instrumento de penitencia, reluce con un brillo siniestro bajo la luz de la luna. Mi mano se mueve con una determinación macabra, guiada por una oscuridad que no puedo comprender.

Mis lágrimas nublan mi visión mientras el acero penetra tu pecho, el frío metal se hunde en tu corazón, arrancando un gemido ahogado de tus labios. La vida se desvanece de tus ojos en un parpadeo intermitente, como si en cada destello buscaran una explicación que nunca llegarán a comprender. Entre sollozos desgarradores, apenas puedo articular un débil "Lo siento". Las lágrimas, mezcladas con el horror, empañan mi visión mientras mis manos, manchadas de sangre, se retiran de ti con una mezcla de repugnancia y terror.

El ensordecedor frenetismo de Rammstein enmudece la noche en un acto irrevocable, como si el caos de la canción reflejara mis actos. Un sacrificio hecho en nombre de un amor distorsionado por la culpa y la locura. Te amo, te amo, te amo... y por eso, prefiero verte muerta a que sufras por mi error. Preso de la paradoja, contemplo con horror las consecuencias de mi acción.


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