Capítulo 11 • Ágape
🐶 Cerbero • 19/11/2002

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La jovencita ya ha crecido y es toda una mujer, preciosa y simpática, alegre y feliz. Quién iba a decirme que yo, un espectro marcado por el pasado, sería capaz de criar a una joven tan maravillosa. En su cumpleaños, decidí obsequiarle algo diferente, algo que no pudiera tocar ni ver, pero que sin duda sentiría en lo más profundo de su ser.

Preparé para ella un espectáculo de baile de lazos imperceptibles, una danza de emociones tejida en el aire, como hilos invisibles que se entrelazan y se mueven al compás de nuestros corazones. Los lazos interrelacionales, que para mí son visibles y manipulables, cobran vida en un torbellino de energía y movimiento, creando formas abstractas que parecen danzar en el aire. Se entrelazan y se deslizan, cada uno con su propia historia y su propia melodía, como un baile maravilloso de emociones y conexiones. Mis lazos bailan y se dirigen a los lazos de ella, que giran al compás, entrelazándose unos con otros en un vaivén armonioso.

Ella, con los ojos cerrados, se deja llevar por la magia del espectáculo en su interior. Las sensaciones de amor y felicidad la envuelven como una cálida manta, haciéndola sentir viva y querida. Sus labios curvan en una sonrisa mientras se deleita con la belleza del momento.

Y entonces, al final del baile, cuando la energía del amor alcanza su punto máximo, algo extraordinario ocurre. Siento cómo mi ser se vuelve más tangible, más real, como si el amor que compartimos hubiera despertado algo dormido en mí. Poco a poco, voy recobrando mi forma humana, permitiendo que mis contornos se definan y mis rasgos se hagan más claros.

Mientras me hago tangible, percibo la emoción en su voz y en sus movimientos, guiada por la fuerza del amor que compartimos. Sin decir una palabra, ella se acerca lentamente y deposita un beso suave en mi mejilla. Ambos nos sorprendemos al sentirlo, al darnos cuenta de que finalmente podemos tocarnos. Esa calidez me inunda, haciéndome sentir completo de una manera que nunca antes había experimentado. En un arranque de emoción, la abrazo con fuerza, permitiendo que las lágrimas caigan libremente por mis mejillas. Es el momento de la verdad, la oportunidad de abrir mi corazón y revelar la oscuridad que ha estado latente en mí durante tanto tiempo. Entre sollozos, me sincero, confesándole cada detalle de mi vida pasada, cada acto de violencia y desesperación que me convirtieron en lo que soy.

Al terminar el relato, en lugar de comprensión, encuentro horror en su rostro. Ella se aparta de mí, retrocediendo con cautela, como si temiera ser consumida por la sombra de mi pasado.

—¿Qué eres? —susurra, con voz temblorosa, antes de darse la vuelta y huir.

Su rechazo me golpea con fuerza. Dejo que se vaya, dejándome solo con mis demonios internos. Verla alejarse, confundida y horrorizada, es como un puñal clavado en mi corazón, pero sé que debo dejarla ir. Debo darle tiempo para asimilar la verdad, para encontrar su camino en este nuevo mundo que le he revelado.

El tiempo pasa, y en su transcurrir, Johnny Cash me susurra "Hurt" desde el tocadiscos como un manto que envuelve la casa y mis pensamientos. Me sumerjo en un mar de reflexiones mientras lucho por encontrar un equilibrio entre mi amor por ella y el oscuro pasado que me persigue como una sombra implacable.

Entonces, como un faro en la oscuridad, regresa. Su presencia se filtra en la habitación, inundándola de una cálida luz que parece disipar las sombras que me rodean. Con paso vacilante, se acerca a mí, su respiración entrecortada revela la lucha interna que la consume.

—Lo siento —susurra, su voz temblorosa cargada de emoción—. No entiendo completamente lo que has vivido, pero sé que te necesito.

Sus palabras resuenan en el aire, llenándome de una mezcla de admiración y asombro. Ante su sinceridad, me siento vulnerable y expuesto, pero también lleno de una profunda gratitud por su presencia en mi vida.

Sin decir una palabra, ella extiende la mano hacia mí, como buscando algo que no puede ver pero que sabe que está ahí. Mis ojos siguen cada uno de sus movimientos, sintiendo el peso de su incertidumbre y la fuerza de su determinación.

Con un gesto suave, acaricia mi rostro, sus dedos trazan el contorno de mi mejilla con delicadeza, como si estuviera memorizando cada detalle de mi ser. El contacto es eléctrico, cargado de una intensidad que traspasa la piel y llega directamente al corazón.

—Yo también te necesito —confieso, dejando que mis palabras fluyan con la sinceridad que sólo el amor puede inspirar.

Nos abrazamos entonces, dos almas perdidas que se encuentran en el abrazo del otro, encontrando consuelo y esperanza en medio de la oscuridad que nos rodea. En ese momento, todo parece detenerse, el tiempo se desvanece y solo queda el calor de su cuerpo y el latido de nuestros corazones, como un recordatorio de que, juntos, podemos superar cualquier adversidad.


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